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»¡Dios ha escogido a mi familia!

Sí, Dios ha hecho un pacto eterno conmigo, su acuerdo es eterno, claro y seguro.

Él velará constantemente por mi seguridad y mi triunfo.

Pero los impíos son como espinos que se desechan, porque hieren la mano que las toca.

Para recogerlos hay que protegerse las manos, y una vez amontonados se echan al fuego y se queman».

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